google-site-verification: google29497dabad147b8e.html pienso y escribo: Se llamaba Ramiro
Blog de Carolina Rangel



Cuentos, microcuentos y poemas.



Escribir no es para mí una necesidad. Es un estado natural. Algo que fluye sin esfuerzo y eso me sorprende.



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miércoles, 3 de agosto de 2011

Se llamaba Ramiro

Siempre supo que vivía en una cueva y que se llamaba Ramiro. Era una cueva tibia, de colores sepia cubierta de lodo. Había toda clase de comida, vegetales, frutas. A Ramiro le encantaba probar diferentes sabores, al principio le divertía distinguir entre los salados y los dulces, después pasó a diferenciar el sabor de la manzana al de las uvas o las toronjas.
Había un tragaluz por donde podía ver el sol. La luz lo encandilaba, así que prefería deleitarse con la vista nocturna, las estrellas, a veces la luna, pero lo que más le gustaba era ver la lluvia. Las gotas de agua brillaban mientras caían, formaban un remolino y parecía una flor disparando pétalos en perfecto arreglo. Aprendió a ver las señales que antecedían a aquel paisaje y se acostaba en la tierra, debajo del tragaluz a esperar las primeras chispas.
─Tú crees que todo es muy bello allá arriba, pero no es así.
─Sí, es bello, lo estoy viendo. ─replicó Ramiro, mientras observaba como arreciaba.
─Todo es más difícil allá, a eso me refiero.
─¿Difícil?
─La comida no la encuentras tan fácil como aquí, te cansas, hay que luchar.
─Solo estoy viendo. ─dijo en una disculpa, ya estaba amainando.
─Desde allá arriba la lluvia no se ve así.

Empezó a crecer en Ramiro la fascinación por el mundo de allá arriba y llegó el día en que no pensaba en otra cosa. Sin embargo no se le ocurría la manera de subir.
De tanto fijarse y ver por el tragaluz comenzó a ver siluetas.
─Hay personas allá ─dijo con cierta angustia.
─Sí, pero te aseguro que tú eres más feliz que cualquiera de ellos. ¿Tú has sufrido alguna vez?
─No ─dijo.
─Ellos sí.

Comenzó a ensayar una escalada. Sin un plan específico, impulsado por una necesidad extraña y frenado por una aprensión vacilante. Al principio se cayó varias veces pero volvía a trepar y a medida que venció el miedo se le hizo más fácil. En un momento hizo mucho calor y las ganas de subir se convirtieron en urgencia hizo un esfuerzo enorme y llegó a la boca del tragaluz.
Era más angosto que él. Se atoró. Regresó el miedo y lo hacía percibir cosas extrañas, como que el agujero se hacía más pequeño y lo ahorcaba.
Se estiró para adelgazarse, hizo fuerza, se arañó todo el cuerpo, cayó exhausto al otro lado del tragaluz.
Respiró con todo el cuerpo.
La luz lo enceguecía, era tan intensa que le dolían los ojos, los sonidos lo aturdían, tenía sed, pero a pesar de todo eso las ganas de gritar y saltar eran muy fuertes, sentía una felicidad inexplicable e inmensa.
Estaba viviendo su euforia cuando empezó a llover, era verdad lo que le habían dicho no se veía igual que desde abajo, pero en cambio podía sentirla, las gotas caían sobre su cuerpo y lo lavaban. Por primera vez veía que su piel era rosada y lisa. Sentía el frescor del agua fría, mientras la luz moderaba y lo empezaba a dejar ver a su alrededor. Eran personas, personas que gritaban, muchas personas.
Su vista estaba clara ya y comenzó a buscar el tragaluz. Volteó para todos lados y no estaba. Quería mostrarlo. Asomarse.
Buscó y buscó pero comenzó a olvidar qué estaba buscando.Al poco tiempo ya no recordaba el tragaluz ni nada de allá abajo… ni siquiera que se llamaba Ramiro.

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