Una
tela negra y dura
Se llamaba “Esmeralda”, un nombre inusual
para una tienda de telas. El local era largo y angosto, bien distribuido,
ordenado. Había una gran cantidad de mercancía. Yo era la encargada y cajera.
Además había tres vendedoras.
Era temprano en la mañana. Entró el primer
cliente del día. Una muchacha joven. Me
llamó la atención que no llevaba cartera. Lucía algo tensa, aunque trataba de
disimularlo.
Le preguntó a Gladys, una de las
vendedoras, por una tela negra dura.
─¿Para qué
la necesita? Preguntó Gladys.
─Si la pongo
en el suelo formando un tubo y se queda parada, me funciona. ─respondió.
─¿Va a hacer
un tubo de tela?
─No, el tubo
es para probar si me sirve.
Francis y
Ana, las otras dos vendedoras se pusieron a sugerir nombres de telas y entre
las tres sacaron varios rollos, ninguno servía.
─Si nos dice
para que la necesita quizá podamos conseguirle algo idóneo ─dijo Ana.
─Es que es
difícil de explicar ─dijo la clienta pasándose nerviosamente la mano por su
cabello.
─Francis
recordó una tela que estaba en el depósito, la habíamos traído por encargo, era
negra y dura. El cliente no había querido la parte final del tubo porque estaba
arrugada. Cuando la clienta la probó respiró aliviada.
─Aquí tiene
─dijo, extendiendo un billete.
─En la caja le
cobran ─dijo Francis mientras metía la tela en una bolsa.
Se acercó a
mí, medio sonreída, y aproveché de preguntarle para qué era la tela, fingiendo
no haber oído que ya se lo habían preguntado. Hizo un gesto como para contestar
pero nunca sabré si era la respuesta u otra evasiva. Un hombre alto, blanco de
chaqueta y lentes oscuros le preguntó desde la puerta:
─¿Por qué
tardas tanto?
─Ya estoy
pagando ─dijo ella. Tomó su vuelto y salió junto al hombre.
Caminaron juntos por la avenida, sin
hablarse. Ella abrazaba la bolsa y él veía a la derecha e izquierda. Era claro
que él lideraba. Llegaron a una pensión, era ruidosa y semioscura. No se detuvieron en
recepción, nadie les habló. Él metió una pequeña llave en un candado que aseguraba
una puerta, la cerradura tenía mucho uso así que le estaba costando abrir, ya
iba a saber para qué era la tela pero en ese momento entró la segunda clienta
del día y comenzó otra historia.
Qué divertido, Carolina. Cuando ya creía que sabríamos para qué carrizo era la bendita tela... ¡entra otra compradora! Jajajaja. ¡Malvada!
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