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Blog de Carolina Rangel



Cuentos, microcuentos y poemas.



Escribir no es para mí una necesidad. Es un estado natural. Algo que fluye sin esfuerzo y eso me sorprende.



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domingo, 2 de agosto de 2015

Una tela negra y dura

Una tela negra y dura
Se llamaba “Esmeralda”, un nombre inusual para una tienda de telas. El local era largo y angosto, bien distribuido, ordenado. Había una gran cantidad de mercancía. Yo era la encargada y cajera. Además había tres vendedoras.
Era temprano en la mañana. Entró el primer cliente del día.  Una muchacha joven. Me llamó la atención que no llevaba cartera. Lucía algo tensa, aunque trataba de disimularlo.
Le preguntó a Gladys, una de las vendedoras, por una tela negra dura.
            ─¿Para qué la necesita? Preguntó Gladys.
            ─Si la pongo en el suelo formando un tubo y se queda parada, me funciona. ─respondió.
            ─¿Va a hacer un tubo de tela?
            ─No, el tubo es para probar si me sirve.
            Francis y Ana, las otras dos vendedoras se pusieron a sugerir nombres de telas y entre las tres sacaron varios rollos, ninguno servía.
            ─Si nos dice para que la necesita quizá podamos conseguirle algo idóneo ─dijo Ana.
            ─Es que es difícil de explicar ─dijo la clienta pasándose nerviosamente la mano por su cabello.
            ─Francis recordó una tela que estaba en el depósito, la habíamos traído por encargo, era negra y dura. El cliente no había querido la parte final del tubo porque estaba arrugada. Cuando la clienta la probó respiró aliviada.
            ─Aquí tiene ─dijo, extendiendo un billete.
            ─En la caja le cobran ─dijo Francis mientras metía la tela en una bolsa.
            Se acercó a mí, medio sonreída, y aproveché de preguntarle para qué era la tela, fingiendo no haber oído que ya se lo habían preguntado. Hizo un gesto como para contestar pero nunca sabré si era la respuesta u otra evasiva. Un hombre alto, blanco de chaqueta y lentes oscuros le preguntó desde la puerta:
            ─¿Por qué tardas tanto?
            ─Ya estoy pagando ─dijo ella. Tomó su vuelto y salió junto al hombre.

Caminaron juntos por la avenida, sin hablarse. Ella abrazaba la bolsa y él veía a la derecha e izquierda. Era claro que él lideraba. Llegaron a una pensión, era ruidosa y semioscura. No se detuvieron en recepción, nadie les habló. Él metió una pequeña llave en un candado que aseguraba una puerta, la cerradura tenía mucho uso así que le estaba costando abrir, ya iba a saber para qué era la tela pero en ese momento entró la segunda clienta del día y comenzó otra historia.

1 comentario:

  1. Qué divertido, Carolina. Cuando ya creía que sabríamos para qué carrizo era la bendita tela... ¡entra otra compradora! Jajajaja. ¡Malvada!

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